Imágenes propiedad de Oliver Roma.
Veo tanto cuando voy a ver algún ensayo abierto al público de Juan Carlos Corazza que no sé cómo ordenarlo en mi cabeza para contarlo. Incapaz de que ésta llame a las ideas, he de esperar hasta que son las ideas las que llaman a mi cabeza y puedo ya escribir algo.
Corazza siempre me lleva mar adentro. Me conecta con el hilo del fondo y me sube arriba con todas mis miserias. Sabemos que si dejamos un objeto libre a cierta altura caerá a gran velocidad, que si agitamos con una cuchara el azúcar que ponemos en el café se disolverá rápidamente, sabemos que una piedra se hunde y que la madera flota, pero bajo el agua estas leyes cambian. Obviedades, sí, pero que se ajustan al modus operandi de Corazza, que siempre nos lleva al fondo. Corazza es la presión hidrostática, como ese peso del agua que sentimos sobre nosotros -buzos de este mundo-. Y ese peso de agua es simbólicamente el peso de todo lo que llevamos a la espalda. Andrajos revestidos con nuestros pesados y pasados vicios, nuestras miserias y tristezas. Acaso, como decía Shakespeare ¿lleno de miserias y tristezas aún temes morir? Corazza, gran conocedor de Shakespeare, es maestro de buzos. Vivimos con un cinturón de plomo que nos hunde cada día más al fondo, pero él consigue bajar nuestra presión sobre el escenario para que emerjamos más arriba. Es el prestidigitador de las profundidades. Su magia no es otra más que la propia humanidad que hay en todos nosotros.
Soltar lastre, sí, pero lentamente. Liberando plomo a plomo ese cinturón que nos constriñe y nos sume. Nos enseña a soltar lastre muy despacio pero en ese sistema de zafado rápido. Soltarlo todo para ya desnudos tener mayor movilidad tanto en la vida como en el escenario, ya que son el mismo mapa. Aligerarnos de nuestro propio peso pero siempre poco a poco. Al fin y al cabo somos gases disueltos en agua. Él sabe izarnos lentamente a nuestra superficie para que el nitrógeno disuelto en sangre no se convierta en algo raro y gaseoso y explote todo lo que nos conforma en forma de burbujas dañinas.
El trabajo de Corazza siempre me conecta con la persona que hay detrás de cada actor. Me lleva a su cordón umbilical a través del cordón umbilical de personaje retratado. Me conecta con el buzo que hay en cada uno de ellos y que dialoga conmigo y con todos ahí abajo, en alguna otra vida. Pero también me conecta a su vez con el actor que hay detrás de cada uno de nosotros si giramos la cabeza. Porque al final, todos somos actores en esta vida, ya que, siguiendo con Shakespeere, el mundo es un escenario.
Es curioso cómo sobre el escenario los actores que hay detrás de los personas hacen que asome la persona que hay en ellos, y que estos consigan a su vez, conectarnos con nosotros mismos -que no somos sino actores en nuestra propia vida-. De este modo nos conecta con la verdadera persona que convive en nuestro cuerpo, con todas sus miserias y virtudes.
Y claro que detrás de cada actor hay un persona. Parece obvio pero no lo es. Detrás de cada actor se esconden las vicisitudes de la particular vida. Traumas, ausencias, arrebatadoras infancias, los aires del amor, el seísmo del desamor, confrontaciones entre padres e hijos, conflicto de reyes y lacayos, celos, ambigüedades, bufones de la sociedad, contrariedades, todo junto a esos siete pecados capitales empujando desde abajo. Corazza cura personas para afrontar con amor y acierto el carácter de cualquier personaje representado. Cose las brechas de sus heridas para ir más fortalecido -que no más fuerte- a un escenario que es la misma calle en la que todos vivimos. Es el tamizador. El colador que separa paja de grano. Un cirujano de palabras. El cirujano que desentrama la palabra Buzo.
Me encantan sus intervenciones en estos ensayos abiertos porque siempre nos muestra otra cara más exacta y más cercana a esa humanidad imperfecta. Sube todos los sentimientos de señoras, reyes y asesinos a la superficie y nos invita a verlos reflejados en el agua. Ahí, míseros Narcisos imperfectos, nos vemos nosotros.
Luego está el Corazza animista, el que da vida a los objetos cuando al actor le dice: no golpees la mesa, ella no tiene la culpa de tus miserias, tócala, no dejes de tocarla, siente su energía. Y no la grites, ella no te grita. Apóyate en ella que tiene algo que decirte, y desde ahí, el actor ya es otro. Mueve los actores como si fueran fichas de ajedrez. Los mueve con sumo amor sin consumir su amor. Coloca reyes donde hay peones y peones donde hay reyes para hacerles dialogar. Los toca para que no sientan el vacío o la desesperación que puedan sentir al estar un peón sentado en un trono o un rey en un pajar. Cambia situaciones y ahí, en ese núcleo, la comunicación cambia, toma fuerza y la vida nos transforma. Somos iguales y nuestra materia es idéntica. Ese es su rasero, un país donde lo insólito es posible. Al final todos tenemos la estatura media de un alfil.
Pues eso, señoras, reyes y asesinos, he aquí el teatro a pie de calle. Otra forma de acceder al teatro a través de eso que creemos inicialmente inaccesible. Entrar en el intestino del teatro. Tocar las cuerdas de esas tripas en un ensayo abierto. Imprescindible ver latir así el estómago. El otro latido que tiene el teatro. El latido de lo humano, con los peces del acierto y del error bailando juntos ahí adentro. Y sin más meta que el propio baile.
Ficha técnica y artística:
Dirección: Juan Carlos Corazza
Ayudante de Dirección: Víctor Nacarino
Producción: Álvaro de Blas, Raúl de la Torre y Estudio Corazza para el Actor
Colaboradores: Betina Waissman, Sergio Bermúdez
Diseño: mic_e meek
Agradecimientos: equipo pedagógico y administrativo del Estudio Corazza para el Actor
Si te gusta nuestro contenido, puedes suscribirte y recibir en tu casa cada cuatro meses la edición física de la revista. Más información en nuestra tienda.
1 comentario
[…] Leer la crítica completa de Nuria Ruiz de Viñaspre en Oculta Lit […]