Vine porque me pagaban, Golgona Anghel,
Kriller71 ediciones, traducción Aníbal Cristobo, España, 2019
Como sucede un día sucede un libro. Quiero creer en ello. Días soleados. Tardes que miran a un puente. Todos los puentes son un mismo puente: unen algo. Sol, nubes, lluvia. No habría mucho que contar. Pero lo hacemos. Creemos que cada día es único. Y hay libros que también parecen serlo. Poemas como entremeses, aceitunas, bebidas espirituosas. Poemas de sol, de lluvia, de nubes, de puentes que conectan.
¿El poema es ficción o mera observación natural de los hechos? Pregunto desde la objetividad posible que me da estar situada en un sexto piso en un edificio con seis pisos. No sabría cómo podría yo pensar en todo si viviera en la calma del segundo piso, por ejemplo. La señora de la planta baja se quedó parte del estacionamiento y puso un muro enorme que la separa de la calle y tiende ropa al sol. Es una ciudad entera ese departamento.
Bien. Es muy probable que lo que leemos en un libro de poemas sea ficción. Una ficción velada. Un dulce encubierto de algo que pica. O al revés, como quieran verlo. Pero la cosa es esta: hay algo dentro de un algo. Y ese algo se dirige a alguien. Es un algo con trayectoria. Un hermoso algo con un destino: llegar a los ojos y por esos ojos entrar a la mente de alguien. Qué belleza todo. Una nave espacial diminuta viajando al centro de la tierra obscura que es la mente de alguien. A sus ideas. A su concepción de las cosas.
porque un poema no es Isabella Rossellini
llorando todos los sábados por la noche,
ni la pareja que encontraron abrazada
en la parálisis bucal del Vesuvio.
Porque la poesía no es el puente Mirabeau
en un cartel de neón de la adolescencia,
porque hoy, cuando llamaste,
era sólo porque te habías equivocado de número,
porque estoy cansado, voilà,
y no consigo evitar la noche
Un poema te recibe en la fiesta, abre la puerta y te ofrece una bebida. Sospechas de él pero aceptas. Porque un poema es también alguien necesitado, en cierto tipo de crisis, despierto por días o dormido por días. Nunca se sabe pero el efecto es similar: está como tonto mirando algo que nadie más ve:
Yo estaba en la fila de los sin destino. Extendí la mano.
Me dieron esto.
Entonces les besé devotamente los flecos del chal. Me apetecía llorar
como nunca,
pero fui bajando, melancólicamente,
con mi inútil paquete de pasteles de huevo, la Rua Nova-do-Carmo
y lloré
como ya lo había hecho algunas veces.
Una voz anuncia algo salido de una historia que pudo pasarme a mí, a mi vecina gorda, al sujeto de la tienda de ultramarinos. Y cuando ellos, justo ellos, lean eso sentirán que sí, que justo así es lo que no sabemos enunciar. El poema es una película contada a trozos de manera torpe incluso, perdiendo el hilo, olvidando el personaje pero se sigue ahí, qué es la historia, qué es la cámara, qué es el tiempo, qué es la aguja sobre el disco en una máquina que da vueltas hasta que la aguja llega al final del plástico y la música se interrumpe.
Lo que me preocupa —y, eso, sí puede ser relevante para el fin de la
historia— es saber
cuándo fue que me transformé, yo que era una loba
solitaria,
en este caniche de apartamento que les habla ahora.
¿Cree usted en la poesía como quien guarda una estampita religiosa en su cartera? ¿Un amuleto? No hace falta tanta devoción, acerque el ojo a esta ventana empañada y trate de mirar. Las palabras son esa calle cubierta de nieve en una ciudad como Chicago o Denver o vaya usted a saber, y entonces, usted, lector, es la máquina que empuja la nieve y hace, que por un rato al menos, esa calle pueda ser transitable. Ahhh, era eso, dirá usted confiado porque puedo apostar que jamás ha usado unas máquinas de ésas o empujado una pala. Hágalo. El ejercicio físico hace que uno pueda notar que tenemos un cuerpo que se tensa, se contrae, se vuelve duro.
No soy infeliz. No, no me quiero matar.
Tengo hasta cierta simpatía por esta vida
pasada en los coches de línea
de un lado al otro.
Me gustan mis vacaciones
frente al televisor.
Adoro a esas mujeres de aire banal
que entran en directo en el canal.
¿Por qué venir al sitio donde estamos? Vine porque me pagaban,/ y yo quería comprar el futuro en cuotas.¿Qué hacer una vez aquí? Quién fue, la madre, el maestro, el mejor amigo quien dijo Ve, tú puedes con todo y más. Una persona se construye de piel, ideas y lenguaje, y hábitos de higiene y quizá dos prejuicios sobre Max, la naturaleza y las revistas de moda. Estamos aquí, de alguna manera, para hacer constar, quién sabe cómo, que estamos aquí y marcamos la puerta del baño, o tomamos una fotografía en instagram y gritamos, ladramos, que estamos aquí. Nos pagaron a veces. No siempre. Tampoco sabemos cómo vivimos y hacemos de todo, todo eso que nos rodea una cúpula de imágenes y ropa y bolas de pelo.
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