Al igual que tantos otros, soy de los que se vanagloria de su buen criterio y suerte cuando da con un autor u obra por mera coincidencia y me deslumbra. Y como suele ocurrir, la mayor parte de cuanto he leído ha llegado a través del buen criterio de quienes me rodean; hecho del cual me vanaglorio en una proporción aún mayor. Pese al haber llegado más tarde a su lectura que al conocimiento de su obra, Isla Correyero ha sabido estar a la altura de las expectativas que me creó la frase con la que me fue revelada: «Es la mejor poeta de su puta generación, y no tengo nada más que decir. Léetela, ya.»
Esta lectura tardía de la que considero una autora imprescindible, ha venido de la mano de su último libro, Mi bien (Visor, 2018) su publicación más reciente. Se trata de una antología para la que su autora ha seleccionado sus poemas esenciales, incluyendo algunos inéditos hasta la fecha que prácticamente reconstruyen el corpus de su obra. En el prólogo de la edición, J.A. González Iglesias define a Isla Correyero como «una poeta de sino romántico.» Esta atribución nos orienta hacia una concepción fundamentalmente pasional de su poética; esto es, en un sentido cartesiano del término, un descontrol del alma racional, una inmediatez y una discordancia con la razón.
Esta pasión se hace manifiesta por la conjunción freudiana del eros y el thanatos que delimita los núcleos temáticos que tienen lugar en sus composiciones. No existe la mesura con temas que superan la razón del individuo, y ahí es donde reside la singular intensidad de la autora a través de un pathos profundamente confesional.
Mi retrato a lápiz es el primer poema que abre esta antología y que supone una carta de presentación más que reveladora para el lector que, al igual que yo, no se haya acercado a su poesía hasta entonces. Este autorretrato, ya lleva en su génesis ese dibujo a lápiz, imperfecto, que es la propia autora como ser humano y creadora a la vez. La primera manifestación del eros la encontramos en Ámbar, un libro basado íntegramente en un amor con otra mujer que reformula el tópico latino del militia amoris en su poema Status social espartano:
A la mujer que espero la quiero por estoica.
Será mi esposa un día, mi novia oscura es.
Nadie verá sus armas ni rozará mi suerte;
la invitación de boda va escrita con su letra.
En estos primeros poemas, existe un corte más clásico en su forma, con una métrica más definida y regular. Los poemas se van sucediendo como el desarrollo de ese deseo manifiesto hasta su resolución en los últimos poemas donde, también aparece esa contraposición que es el thanatos en su poema Necrofilia:
Cinco días sin fondo mordiéndole las piernas
robándole su escasa postura y su despojo.
Y nunca sus sentidos
percibieron el dulce placer de aquél idilio
desgraciado y violento que sostuve con él.
Esa contención formal y con tendencia a unos poemas breves propicia que el simbolismo y los juegos retóricos como la metáfora presenten un tratamiento más sutil, como sucede en el poema Trío:
Bebimos sin comer, los tres a un tiempo,
la mesa se cubrió de fuego y hojas,
mi amada me ofreció su pan mojado,
y yo comí de él. El pan sangraba.
El afecto nos hizo inseparables.
Pese a la evidencia de la metáfora por la cercanía de la sexualidad en el inconsciente colectivo, vemos esa dialéctica que hay en la conjunción de elementos contrapuestos: el pan (la tierra) y la sangre (la vida) que aparecen de un modo casi litúrgico para la unión de la carne, como si se tratase de un pacto sagrado firmado con el verso de salida.
En Lianas la continuación del eros sigue manifiesta, aunque ya se empiezan a ver rupturas formales a nivel estilístico, como es una tendencia a un verso cada vez más largo que preconiza el versículo, así como una extensión también mayor en las composiciones. Uno de sus poemas más destacados, Una taza de caldo, sirve como muestra del inicio del deseo en sí misma por medio de la imagen de su hermano:
Un día de tormenta partimos de viaje.
y en el coche mi hermano jugaba con un coche.
Una vez más cerré los ojos húmedos
y me metí por dentro del juguete de plástico.
[…]
No sé qué es el incesto.
Pero si alguna vez amé con amores carnales
a alguien de mi sangre
fue aquella tarde hermosa […]
Si siguiésemos la simpleza freudiana en su exposición de la concepción edípica, podríamos esbozar un argumento reduccionista e impreciso para denominar el deseo entre hermanos como un «complejo de Antígona», tan superficial como insuficiente a su homólogo, para referirnos al tratamiento del deseo en el poema. En cualquier caso, no dedicaré más líneas a esta ocurrencia, salvo este breve comentario.
Crímenes es uno de los libros más controvertidos de la autora. El crimen, sabemos, y particularmente en esta acepción, es un acto que atenta contra lo más valioso que posee el hombre, que es la vida. La dimensión ineludiblemente religiosa que hace efectivo este acto está presente; antropológicamente esto nos remite a un sentido de sacrificio tras la caza, la asunción del hombre como un Dios, lo que en última instancia se equipararía a un acto de soberbia. Sin embargo, la motivación, da la impresión, de que el primer motor de los crímenes aquí recogidos es la venganza y la exposición del lado más oscuro de los hombres. Isla Correyero consigue conjugar la belleza y la suciedad de esta acción tal como sostiene el verso de W.B. Yeats: «Fair and foul are near of kin, / and fair needs foul.» («afines son bello y sucio; no hay belleza sin suciedad.») De nuevo se retoma esa dialéctica del thanatos de una manera más explícita que lo visto anteriormente. Ya en el primer poema aparecen todos los registros que se manifiestan en las composiciones de esta sección: el odio, la tristeza, la frustración:
A las doce y cuarenta minutos de la noche […]
[…] encontraréis a un hombre aún
despierto: Matadle.
Como veremos más adelante, todas las secciones presentan un desarrollo cronológico dentro del propio conjunto que permite vislumbrar qué depara la siguiente sección. Es notable, que dentro de las propias temáticas se produce un desarrollo, un diálogo entre los poemas que permiten ver el desarrollo de los mismos como una línea dialógica que llegan a su fin en el poema último que finaliza la sección.
Su obra más celebrada, Diario de una enfermera, merecedora del premio de poesía Ricardo Molina, supone un punto de inflexión en su poética. Todo el tratamiento temático del thanatos llega a su máxima expresión en este conjunto de poemas donde vida y obra se manifiestan de una manera explícita y desencantada, a la par que desoladora. Al sumergirnos en estas páginas, no podemos obviar la proximidad de la poesía de Isla Correyero al unheimlich. Este término, que en alemán se traduce por «hogareño, familiar» se define como una suerte de espanto que afecta a cosas conocidas y familiares. En estos poemas, la autora relata sus experiencias como enfermera en un hospital, así como la estancia de su padre enfermo a modo de diario poético. El horror subyace en la reflexión subyacente de sus poemas, en la sugerencia y en la plasticidad que adquiere el dolor en las sucesivas secuencias que lo componen.
Según el psiquiatra alemán Ernst Jentsch, el unheimlich tiene lugar cuando uno se encuentra perdido, cuando se desvanecen los límites de la realidad y ficción. El verso de apertura «Inclino la cabeza para que nadie sepa que ya no soy humana» pone de manifiesto esa prolongada exposición al horror que lo familiariza y hace impasibles a quienes lo viven recurrentemente. Es de mencionar, la capacidad carveriana de sustentar el peso del poema en una palabra de aparente sencillez e intrascendencia. Al igual que muchos poemas de Raymond Carver, Isla se sirve de la naturaleza de la sintaxis y del lenguaje para magnificar la fuerza del verso, como en su poema El desmayo/ 21 de marzo de 1994, en la intertextualidad final, donde el peso trágico recae sobre el diminutivo: «Se me está apagando como una velita, se me está/ apagando.»
La pasión supone un oasis temático dentro de la dialéctica del eros y del thanatos. En esta breve selección de poemas, Isla seculariza los pasajes y hechos bíblicos con algunos de sus actores principales.
La humanización de estos personajes los aproxima a la cotidianidad desencantada de su poética y permiten una lectura alegórica de la naturaleza humana. El tono existencial del poema Ecce homo «¿A dónde irá el gemido de este hombre/ si es Dios?»; la condición materna en María a Jesús: «La tristeza que tienes y me ocultas/ hijo…» o la ironía en Juan a Jesús: «Maldigo tu rebelión y tu soberbia.»
Amor tirano y Divorcio son dos libros distintos pero consecutivos uno de otro. En cuanto al primero, donde se exponen las relaciones en el ámbito amatorio entre hombres y mujeres y la sumisión de éstas, Divorcio se sucede como una continuación a ese primer libro donde el desengaño amoroso y ese dolor marcan un pathos trágico, de reproche y duelo. Esa pasión que exponíamos anteriormente vuelve a tener un lugar eminente en los poemas que se suceden entre estos libros. La sexualidad, ineludible, vuelve a tomar un cariz dominante. Sin embargo, la ira y el lamento serán los tonos recurrentes.
El tratamiento estético, tanto en forma, lenguaje y contenido se manifiestan de una manera más equilibrada y con especial atención a la anatomía humana en su último libro Lepidópteros, donde como bien apunta J.A González Iglesias: «es una monografía preciosa sobre el mundo la moda y el diseño.»
A pesar de que todo lo aquí expuesto sea insuficiente para hacer una radiografía justa de la poesía de Isla Correyero, el gran acierto de esta publicación nos ha legado un libro imprescindible que hará rectificar a los más críticos sobre el estado de la poesía actual en nuestros días.
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