Todo poeta debe ser un detective o, en su defecto, un asesino en serie. Por tanto, todo lector de poesía debe ser aficionado a las narraciones policiacas y a las relaciones susurradas de atrocidades. El caso que nos ocupa es, creo, instructivo y conmovedor como pocos. El año es 1990. El lugar, Barcelona. La primera pista, o al menos el objeto que despierta el interés de los medios, un pequeño libro de poemas publicado por la editorial Sirmio. El cadáver, que aparecerá en escena algo más tarde, pertenece al escritor secreto José María Fonollosa.
Como en los auténticos relatos de detectives, es importante saber quién mató al muerto, qué móviles alimentaron la maquinaria del crimen y bajo qué forma se presentó el arma. Pero no podemos olvidar la pregunta que subyace a todas las demás: ¿por qué el muerto, antes del puñal, del revólver o del cianuro, estaba vivo?
Muy poca gente conocía a José María Fonollosa en 1990 cuando publicó Ciudad del hombre: New York a la edad de 68 años. De hecho, solo tenemos constancia de que lo conociera una persona: su descubridor y prologuista Pere Gimferrer. En el texto que introduce el libro, el propio Gimferrer prende la mecha de la leyenda que acabará por rodear a Fonollosa. Según relata, mientras leía a finales de la década de los 80 un periódico catalán, el autor de Arde el mar reconoció en un mínimo artículo al poeta que en 1960 se había presentado al premio Ciudad de Barcelona. Gimferrer, que contaba 15 años cuando Fonollosa optó al premio, tuvo acceso a los libros candidatos debido a la amistad que mantenía con un miembro del jurado, el poeta escolapio Ramón Castelltort (1915-1965). Junto a él leyó Ciudad del hombre y con él estuvo de acuerdo —“hechas las salvedades que su condición sacerdotal le imponía”— en que el libro era el mejor y el más valiente de todos los presentados. No obstante, debido a los azares propios de las concesiones de premios (donde es mucho más frecuente la estupidez que la mala fe) ganó un libro perfectamente olvidable y Ciudad del hombre cayó en el olvido. Excepto para Pere Gimferrer. Este consiguió la dirección de Fonollosa, que por entonces vivía en Cuba, y mantuvo durante un tiempo correspondencia con él. Cuando en el año 87 leyó su nombre en un artículo de periódico, Gimferrer recordaba todavía el aliento sádico —sádico por el escritor francés, aunque también un poco por la filia— del libro de Fonollosa. Le escribió y con una orchata mediando entre ellos prepararon su salto a la eternidad. Nunca mejor dicho, por desgracia.
Lo que sucede después es bastante conocido. La editorial Sirmio había sido fundada en 1987 por Jaume Vallcorba, futuro editor de Acantilado, para crear un espacio donde publicar textos en castellano (su otra editorial, Quaderns Crema, estaba dedicada fundamentalmente a obras en catalán). En un artículo sobre el surgimiento de Sirmio publicado en El País el 9 de julio de 1987 ya se menciona el libro de José María Fonollosa como uno de los primeros títulos de creación poética con los que contará la editorial. Sin embargo, Ciudad del hombre no sale a la luz hasta tres años más tarde. Su publicación supone el pistoletazo de salida para la fama de Fonollosa, cuya aura mítica acabará de cincelarse con su muerte en 1991. Su nota final es un poema que abre la edición de 1996 de uno de sus libros póstumos, Ciudad del hombre: Barcelona (DVD ediciones).
No a la transmigración en otra especie.
No a la post vida, ni en cielo ni en infierno.
No a que me absorba cualquier divinidad.
No a un más allá, ni aun siendo el paraíso
reservado a islamitas, con beldades
que un libro garantiza siempre vírgenes.
Porque esos son los juegos para ingenuos
en que mi agnosticismo nunca apuesta.
Mi envite es al no ser. A lo seguro.
Rechaza otro existir, tras consumida
mi ración de este guiso indigerible.
Otra vez, no. Una vez ya es demasiado.
Sus otros dos libros mayores se publicarán en 1997 (Poetas en la noche, Quaderns Crema) y 2001 (Destrucción de la mañana, DVD ediciones). Su impacto en la cultura española de los años noventa fue rápido y brutal, como los ganchos de Policarpo Díaz. En 1994 Joan Manuel Serrat lanza el álbum Nadie es perfecto, que contiene la canción “Por dignidad”, basada en un poema de Fonollosa. Igualmente, en 1995 Alberta Pla publica el LP Supone Fonollosa, donde se adaptan diez poemas de Ciudad del hombre. No es extraño que se dude de la realidad del poeta catalán. No solo por la historia —realmente inverosímil e inverosímilmente real— de su redescubrimiento, que hizo que se llegase a considerar a Fonollosa un heterónimo de Pere Gimferrer y Francisco Rico, sino también por el carácter visionario de su obra. Su lenguaje seco y punzante, su equilibrio extraño entre Whitman y Baudelaire, su construcción de una identidad múltiple y su tono salvaje y oscuro hacen difícil creer que Ciudad del hombre se redactara inicialmente en 1948. A medida que su sombra se hacía más presente en las letras hispánicas, la gente comenzaba a preguntarse dónde había estado José María Fonollosa durante el último medio siglo.
Cuando Fonollosa tenía 23 años publicó La sombra de tu luz (1945). Este poemario, que pasó completamente desapercibido, se mimetizaba de alguna manera con las corrientes poéticas anteriores a la Guerra Civil y especialmente con la obra de Pedro Salinas. Dos años más tarde, salió a la luz Umbral del silencio (1947), una plaquette de cinco poemas en la que el crítico y buen conocedor de la obra de Fonollosa José Ángel Cilleruelo ve una conexión con las preocupaciones religiosas de la poesía desarraigada que escribían los poetas reunidos alrededor de la revista Espadaña. No obstante, Fonollosa no desarrollará una carrera literaria paralela a las de sus compañeros de generación, sino que acabará por sumergirse en un pesado silencio de 43 años.
Aunque en cierta forma Los pies sobre la tierra —obra que Fonollosa redacta en el año 48 y que constituye el embrión de su ciclo de poemas Ciudad del hombre— supone un giro hacia una idea más social de la poesía, tiene poco que ver con los planteamientos que sostienen la célebre antología de Leopoldo de Luis. Lo que en los poetas de los 50 era un canto a la colectividad es en Fonollosa un canto de la colectividad. En Ciudad del hombre las voces se alzan confusas, múltiples y contradictorias para enunciar su propia destrucción. Entre la publicación de Umbral del silencio y la de Ciudad del hombre: New York pasan 43 años, durante los cuales Fonollosa vivirá en Cuba (1951-1961), hará una breve estancia en Nueva York y volverá definitivamente a Barcelona. En este tiempo no publicará nada a excepción de una interesante traducción de cantos espirituales negros hecha junto con el estudioso del jazz Alfredo Papo que sale a la luz poco antes de mudarse Fonollosa a Cuba (Breve antología de cantos spirituals negros, Barcelona: Cobalto, 1951); de los 4000 octosílabos del Romancero de Martí, que se edita en la prensa cubana en 1955, y de unos poemas publicados en el año 61 en la revista Poesía española, dirigida por José García Nieto.
¿Qué hace José María Fonollosa durante estas largas décadas? Siguiendo la senda de los detectives-burócratas (Kafka, Pessoa, Ángel González), Fonollosa trabaja en una oficina inmobiliaria mientras se dedica a reelaborar, corregir y aumentar su producción poética. Se mueve en el ambiente bohemio de la ciudad condal, reúne una enorme colección de discos de jazz y se erige en “experto en aspectos y objetos poco habituales de la sexualidad”, según el especialista Antonio Candau. Durante este periodo Fonollosa compuso toda su obra de madurez, que podemos enmarcar entre los años 1948 y 1985, cuando dio por completada su escritura. El primer libro que el poeta redacta (aunque no llega a dar a la imprenta) de esta época es, como hemos visto, Los pies sobre la tierra. En Fonollosa, los títulos siempre son una declaración de intenciones. Así, el de La sombra de tu luz (1945) responde a una doble significación: el poema representa de forma incompleta y frustrada la perfección del ser amado (una idea que está típicamente en la tradición descendiente de Shakespeare, y en general en el pensamiento platónico) y, además, la poesía del libro no alcanza a ser más que una imitación confusa y oscura de los modelos canónicos, una voz no personal. El título de su plaquette de 1947, Umbral del silencio, es especialmente significativo por cuanto habla del hiato de silencio al que se asomaba el autor en esos años. De esta forma, Los pies sobre la tierra no podía tener un título menos revelador. En este poemario, Fonollosa encuentra su voz propia, fundamentada en el “ascetismo del lenguaje” y la “elusión de la metáfora”, tal como él mismo reconoce en una carta al editor José Luis Cano fechada en 1962. Fonollosa no quiere andarse por las ramas del retoricismo poético, sino buscar una expresión directamente vinculada a lo prosaico.
Como una especie de monje dionisíaco —él mismo consideraba su casa una celda en la que solo entraban libros y discos de jazz—, Fonollosa se consagró a la producción y perfeccionamiento de su obra. Esta no es, sin embargo, gigantesca e inasumible, sino que a la manera de Juan Rulfo o (significativamente) de Whitman, Fonollosa pulió y condensó su creación hasta reducirla a unos cuantos poemas donde se concentra lo fundamental de su poesía. Escribirá o proyectará diversos libros, pero acabará por reducir su obra a dos únicos grupos: un ciclo de poemas de tipo lírico, el conocido como Ciudad del hombre, y un conjunto de poemas más o menos largos de tipo narrativo, los póstumos Poetas en la noche y Destrucción de la mañana.
Ciudad del hombre reúne 236 poemas. En ellos, un sinnúmero de voces poéticas sin identificar componen una imagen terrible y patética de las civitate hominis. Son la parte más conocida de la obra del autor catalán, y sin embargo no se ha publicado aún el ciclo completo [Este artículo de segunda mano se publicó inicialmente en el número 12o (diciembre de 2015) de la revista Clarín, pocas semanas antes de que Edhasa editara el ciclo de Ciudad del hombre al completo, invalidando este artículo o tal vez dándole, de manera algo extraña, la razón]. Fonollosa comenzó a escribir estos poemas en 1948, como ya hemos dicho, bajo el nombre de Los pies sobre la tierra. Los textos fueron aumentando y se corrigieron. Algunos de los poemas de Los rezagados, libro perteneciente a la trilogía frustrada Soledad del hombre, acabarán por incorporarse también a Ciudad del hombre. El ciclo abandona pronto su primer título para transformarse en Ciudad del hombre: New York, y posteriormente en Ciudad del hombre: Barcelona. Cada uno de los poemas se nombrará según la calle, ya sea americana o catalana, en que suponemos situado a quien emite el monólogo dramático. Cuando Gimferrer se encuentra con Fonollosa en 1987, deciden publicar una selección de los poemas del ciclo bajo su título neoyorquino. Así, el único libro que Fonollosa verá publicado en vida comprenderá 97 textos. En 1993, se editan otros 14 poemas de Ciudad el hombre en una plaquette llamada Ciudad del hombre: Barcelona introducida por su nota de suicidio. Los últimos poemas que salen a la luz de la producción lírica de Fonollosa lo hacen también bajo el nombre de Ciudad del hombre: Barcelona. En este volumen se incluyen tanto los 14 textos de la plaquette como 68 inéditos. Así las cosas, quedan a día de hoy 57 poemas de Ciudad del hombre que no conocemos.
Cada uno de los textos que componen este ciclo lleva, como ya hemos visto, por título el nombre de una calle de la ciudad. El poeta construye, por medio de esta superposición de lugares urbanos, no la ruta de un único hombre, sino los varios recorridos de un yo múltiple, contradictorio, inmenso. El planteamiento del libro bebe claramente de las técnicas de la Spoon River Anthology (1915) de Edgar Lee Masters, por lo que ambos libros tienen de recreación de una población entre lo real y lo mítico a través de las voces de sus habitantes. Sin embargo, quizá uno de los rasgos más definitorios de Ciudad del hombre es la imposibilidad de delimitar las diferentes conciencias que hablan, los seres individuales que componen el conjunto. La confusión llega a tal punto que obliga a diferenciar las voces poéticas mediante un aspecto tan general como su situación en una calle.
La relación de José María Fonollosa con los EE. UU. es también muy característica del poeta. No solo geográficamente, por cuanto su poemario más célebre está situado e incluso trata de Nueva York, sino más aún por las conexiones que su obra presenta con textos americanos. Su estilo personal, el que descubre en 1948, se forja en cierta medida a partir de los espirituales negros, del blues tradicional cantado por el otro. En estas canciones folk podemos encontrar la raíz de la manera en que Fonollosa trata temas como el crimen, la depravación, el vicio, la otredad o el desgarro existencial. Pero no se queda ahí la cuestión estadounidense: en Ciudad del hombre, Fonollosa no declina enfrentarse con los descubrimientos, ideas y técnicas del poeta fundador del canon yanqui, Walt Whitman.
El propio Fonollosa, hablando en su carta a José Luis Cano de la naturaleza plural de su obra, escribe una frase sintomáticamente similar a un famoso verso del “Canto de mí mismo” de Whitman: “Hay muchas contradicciones en mí”. Encontramos un ejemplo evidente de este enfrentamiento más o menos difuso entre las distintas voces en dos de los poemas de Ciudad del hombre: New York: “Mercer Street” y “Prince Street”. En ambos casos la voz poética es masculina, pero en el primero quien habla afirma que, dado que las mujeres nunca admiten su verdadero deseo, lo correcto es la violación —“yo sé que a ti te gusta aunque lo niegues”—, mientras que en el segundo texto la voz poética se declara feminista desde el mismo comienzo: “Debiera liberarse la mujer / de la opresión en que la tiene el hombre”. No obstante, mientras en Whitman esta contradicción interior es motivo de júbilo e incluso de placer carnal —“me adoro a mí mismo: hay tantas cosas en mí, y todas tan deliciosas”— en Fonollosa es causa de dolor en tanto que se origina en un sentimiento de alienación y extrañeza, como vemos en la frase siguiente que el poeta barcelonés escribe en la mencionada carta a José Luis Cano: “Hay muchas contradicciones en mí. O, acaso, hoy estaba más solo que de costumbre”.
Y es que, de hecho, creemos que para interpretar en toda su profundidad Ciudad del hombre es imprescindible leerla a la luz de la obra de Walt Whitman, de quien Fonollosa quiso presentarse como contraparte oscura y desgastada. Donde el poeta de Long Island canta la democracia absoluta y fértil y todo lo que es y tiene existencia, igualando así al conjunto de los seres humanos, Fonollosa canta la decadencia y destrucción de esa misma sociedad y de ese mismo sistema. Frente a la superabundancia, acumulación y versolibrismo característicos del estilo del americano propone la contención del endecasílabo blanco en estrofas mayoritariamente de tres versos o tetrásticas (¿posible influencia del mester de clerecía?) y poemas breves por lo epigramático y simétricos por la disposición estrófica. En ambos casos el poeta es “un cosmos” e “hijo de Manhattan”, pero Whitman canta al hombre-masa —“pronuncio la palabra Democrática, la palabra En-Masse”—, que Fonollosa rechaza rotundamente.
De cualquier forma, Ciudad de hombre no es ni quiere ser una negación de la poética del autor de Hojas de hierba, sino más bien una constatación del fracaso de todas las poéticas. Sería también posible entender las diferencias que distancian la obra de Whitman de Ciudad del hombre como las que separan a la ingenua sociedad del Nuevo Mundo de la descreída y cínica sociedad de la vieja Europa.
Si nos detenemos a analizar los temas y contenidos que aparecen en esta, veremos un afán de abolición de las convenciones sociales, de los órdenes moral y político, para dar preeminencia no solo a lo dionisíaco sino a lo demoníaco y apocalíptico. Resulta muy significativo el poema que abre Ciudad del hombre: New York, titulado precisamente “Hello, New York” y que consta de un solo verso:
No hay nada bueno en ti. Por eso te amo.
Lo único en que coinciden todas las voces poéticas del ciclo que estamos estudiando es en su desconfianza absoluta de los grandes relatos de que hablaba Lyotard (desconfianza que se llevará hasta su extremo en Destrucción de la mañana). El bien social, la familia, el amor o la religión deben ser destruidos, dado que no funcionan y carecen, al fin, de existencia. Así, y con numerosos paralelismos con la producción de Sade, Fonollosa procede a cantar la disolución de la sociedad burguesa: el libro se abre con una declaración de amor al mal y continúa con el poema apocalíptico “Water street”:
El mundo nos resulta ajeno, inhóspito.
Debiera ser destruido por completo.
Construir un mundo nuevo sin sus ruinas.
Y estrenar una vida diferente.
Pero al pasar el tiempo el nuevo mundo
tampmoco hallarán propio nuevos hombres.
También ellos querrán un mundo nuevo.
Mejor fuera destruirlo y no hacer otro.
En este proceso acaban por invertirse muchas de las ideas fundamentales de la ética —“Broome Street”— y se atacan las raíces del pensamiento occidental a través de la deformación del sentimiento amoroso —dandismo extremo en “Howard Street”, adulterio en “Fulton Street”, objetivización de la mujer y relación sentimental como posesión en “Lafayette Street”, etc.— para en último término cantar el crimen puro y horrendo en “Hester Street”:
Yo le escupí: «Voy a matar a un hombre».
Ella no contestó, pero sabía
quién hallaría corta la jornada.
Y el miedo se escondió tras de sus párpados.
El frío me esperaba ante la puerta
y lo sentí en mi rostro y el revólver
que apretaba mi mano en el bolsillo.
En la primera esquina lo encontré
acechando mi puerta, como siempre.
Estaba casi muerto y lo ignoraba.
Al verme se dio vuelta lentamente
y examinó los hierros de una verja
que se erguían erectos, vigilantes.
Pero no descifró ningún mensaje.
Allí en la propia esquina le maté.
El revólver humeaba, pero nadie
se acercó un paso para detenerme.
Encontramos un juego con una especie de vendetta que no se justifica en el poema en “Grand Street”, lo que hace aún más terrible el asesinato:
Se apoyó en el oscuro pasadizo
y resbaló del muro como sangre.
Él me cedió su pan y fue mi amigo.
Él sabía que yo le mataría.
Lo sabía muy bien. Yo se lo dije.
Le dije. «No hagas nudo a la corbata
porque tu cuello es para mi cuchillo.
Aunque no te desates los zapatos
un día estaré adonde tú llegues».
Me costó descubrir en dónde estaba.
La cárcel… Y después la larga búsqueda.
Me costó mucho tiempo hallar su casa.
Pero cuando él llegó, sobre las doce,
me miró sin un gesto de sorpresa.
Él sabía que yo le mataría.
Mi mano fue más fuerte que su mano.
Y resbaló del muro como sangre
cuando yo retiré de él mi cuchillo.
En “West Broadway” se alaba el magnicidio como la única posibilidad de trascendencia. El determinismo es brutal: la única forma de dejar alguna marca en la realidad es mediante el asesinato de alguien con quien empatiza mucha gente. No se puede llegar al grueso de la sociedad si no es mediante el crimen:
Puede hacerlo cualquiera. Comprobado.
Si en ti hay la aberración, rara e inútil,
de querer ser un nombre que trascienda,
no estudies ni te esfuerces. Simplemente
aprende a manejar una pistola.
Y piensa en esas rémoras que viajan,
sin billete, montadas en ballenas.
Tómate un whisky doble en un pub caro
y examina la lista de importantes.
Elige el personaje destacado
con el que desearías asociarte
y compartir su gloria en el recuerdo.
Y usa acertadamente esa pistola.
El sistema funciona desde Eróstrato.
En “Bowery Street” se presenta el tema del incesto bajo una estructura epigramática. Solo en los versos finales se efectúa la agnición y el lector entiende que el protagonista engaña a su propia hija para mantener relaciones sexuales con ella:
Mi placer te creó. Cuando naciste
te destiné ya un hombre. El apropiado
para que él y tú fuerais muy felices.
Modelé tu figura como un barro
precioso, tiernamente, con esmero.
Y forjé tus costumbres con cuidado
artesanal, aislándote del medio.
Vigilé cada día tu sonrisa.
Te enseñé a sonreírme dulcemente.
Y aprendiste muy bien. Te felicito.
Nos hemos merecido ambos el premio.
El premio es este goce tuyo y mío.
El placer que me das, yo lo sentía
cuando estaba, en tu madre, elaborándote
Además de Ciudad del hombre, se publican póstumamente Destrucción de la mañana y Poetas en la noche. Esta última es una larga novela en verso protagonizada por cinco poetas jóvenes, miembros de una tertulia, que sufren durante los años 40 varios desencuentros que los llevan a cuestionar la función social del poeta y la relación entre el compromiso estético y el político. Poetas en la noche nunca acaba de funcionar: Fonollosa es más peligroso con una recortada que con un rifle de francotirador. Si bien la novela tiene interés por su valor experimental y por la construcción inteligente de algunas de sus partes, fue la obra menos celebrada del poeta.
El equilibrio entre el carácter lírico de Fonollosa y su narrativa en verso se encuentra en Destrucción de la mañana. Este libro no renuncia totalmente al tipo de construcción epigramática que encontrábamos en Ciudad del Hombre y, a pesar de ello, narra de forma brillante los problemas metafísicos de un hombre oscuro. La historia que relata es lineal pero siempre es posible leer los distintos poemas de forma independiente. Este ensamblaje, esta simbiosis entre estructuras narrativas (el desarrollo argumental, con un gran peso simbólico, que subyace a los poemas) y estructuras líricas es lo que hace de Destrucción de la mañana uno de los poemarios más rompedores de la lírica hispánica de la segunda mitad del xx.
Como en los mejores simulacros de la historia, es posible que nunca sepamos la verdad sobre el caso Fonollosa. ¿Existió verdaderamente el poeta? Estudiosos como Juan Bonilla o Julio César Galán lo dudan. ¿Por qué no se han publicado todos los inéditos de Ciudad del hombre? O mejor aún, ¿por qué no se reedita Ciudad del hombre, cuya primera edición —y una reedición del 2000 en Acantilado— son un objeto mitopoyético que anda por los 50 euros en las librerías de viejo? ¿Planeó Fonollosa su muerte para reescribir su vida? Quizá compuso una guía de lectura con que interpretarse, y el suicidio no fue sino la última piedra para construir su propia imagen como la del Poeta.
Resulta evidente que nunca resolveremos el enigma Fonollosa: esta y las demás investigaciones están condenadas al fracaso. Y sin embargo, siempre nos quedarán los archivos del crimen y las calles de Nueva York y las crepúsculos magnéticos de Barcelona y el cadáver incorrupto de un escritor secreto.
Artículo publicado originalmente en el número 12o de la revista Clarín.
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1 comentario
Ay, las orchatas de cufa.