Resulta difícil hablar de una obra que rebasa las seiscientas páginas cuando piensas que es un libro al que no le sobra ni una de ellas, como es el caso. Herido leve. Treinta años de memoria lectora (Páginas de Espuma, 2019) son seiscientas gotas de lluvia de las que sabes con certeza que es imprescindible almacenar, porque en la literatura también hay cambio climático y sequía, y como está en desuso acordarse de Santa Bárbara, hace falta que vengan lectores-escritores como Eloy Tizón a llenarnos los aljibes con sus ríos de tinta, sus camiones cisterna llenos hasta los topes de metáforas y sus cielos de agua.
Sé que me quedo corto con las palabras: Herido leve son seiscientos días de lluvia ininterrumpida que los lectores tendríamos que aprovechar para ponernos debajo y dejarnos empapar. Necesitaría seiscientas horas para hablar de lo que me ha descubierto el libro. Me harían falta seiscientos lápices Staedler del número 2 para recorrer los caminos que me han abierto las palabras y las opiniones de Eloy Tizón, las mismas que han ido abriendo nuevas vías en mis venas, en esta época en la que todo pasa tan rápido: los libros, las lecturas, los entusiasmos, que languidecen en una esquina por tantas y tantas decepciones a la hora de toparse con un libro que valga la pena, y cuya lectura pueda soportar el paso del tiempo.
Subrayar Herido leve ha hecho que me sienta un gato, me ha concedido la facilidad del ronroneo felino continuo. Ha puesto a prueba la sensibilidad de mi oído. Lo bueno es que ahora sé cómo suena la felicidad. La felicidad ha existido mientras escuchaba el deslizamiento –shuhhh, shuhhhh– de la punta del lápiz sobre la hoja, cada vez que iba y venía sin parar cuando realizaba con la mano el desplazamiento horizontal sobre su punta, de izquierda a derecha, de izquierda a derecha, línea a línea, párrafo a párrafo.
Herido leve es mucho más que un libro. Es ese sillón que nos ha cedido Eloy, en la esquina del dormitorio, para que veamos cómo él y la literatura se cogen de las manos, se hablan, se acarician y se aman. Es una cronología honrada y maravillosamente escrita desde el gozo que dan los libros imborrables.
Un manual de buenas lecturas.
Un altar dedicado a unos cuantos nombres imprescindibles de lo que llamamos alta literatura. A mí me ha traído a la memoria esos slogans que hay por ahí todavía escritos en algunos muros callejeros o en esas pegatinas en el cristal trasero de algunas furgonetas, en los que se lee: «Dios es amor». Pues bien, para la literatura, Herido leve. Treinta años de memoria lectora es amor y dios a la vez (voy a ponerlo en minúscula porque sé que a Eloy le gustan más las minúsculas).
En Herido leve encontramos el mismo aliento creador que hay en sus obras de ficción: enfoques narrativos originales, agrupaciones de palabras sorprendentes, elegancia en el tono, precisión de científico a la hora de utilizar el lenguaje, frases que nos golpean, imágenes tan espectaculares como la desembocadura de un río en el mar. Volver a tener un libro de Eloy Tizón en las manos es tener esa sensación extraordinaria de encontrar aquella cinta de casete que grabamos en nuestra juventud, después de haberla extraviado durante años en no sabemos que cajón.
¿Para qué es útil una memoria lectora como esta?
Apunta Eloy, al referirse a la antología preparada por Richard Ford sobre el cuento norteamericano –y en esto estoy totalmente de acuerdo– que «da la impresión de que todo lo que huela a experimentalismo, vanguardia, sueño o fantasmagoría queda excluido —o podado hasta su mínima expresión— de esta recopilación, por momentos, arbitraria y conservadora». Les cuento este pequeño detalle para que tengan claro hacia qué tipos de obras siente debilidad el autor. O al revés, qué títulos lo eligieron como lector. Herido leve nos deja al alcance una serie de nombres clásicos de la literatura (Cheever, Thomas Mann, Flaubert, Marina Tsvietáieva, Djuna Barnes, Nabokov, Clarice Lispector y Cortázar) y otros no tanto –o no aún– (Alice Munro, Richard Ford, Kazuo Ishiguro o Andrés Neuman). Les une pertenecer a esa categoría de autores capaces de sorprendernos, de desobedecer lo predecible, que salvan la poesía y la luz, la música y las ciudades extranjeras, la historia del arte y las excepciones.
Las obras citadas en estos artículos han sobrevivido al tiempo. Tendrían que sernos expuestas, y si no lo están, que las rescatásemos para nuestras bibliotecas. Me atrevo a decir que porque lo dice Eloy. No me hace falta más. Me fío de su criterio. Lo mismo que de su concepto de justicia. Eloy mantiene un compromiso con los buenos escritores y con estos libros que le importan y le han fascinado y le han hecho feliz. Esta afirmación me hace volver al inicio, al aviso para navegantes del que se sirve a través de las palabras de Jorge Larrosa: «La decisión de leer es la decisión de dejar que el texto nos diga lo que no comprendemos, lo que no sabemos […] lo que pone en cuestión nuestra propia casa y nuestro propio ser».
No es fácil ser lector de los libros que ha leído Eloy.
No vayamos a pensar que tienen como cometido principal el entretenernos. Nos lo deja claro en varias ocasiones: «La literatura que de verdad importa no simplifica el mundo, sino que lo vuelve aún más complejo, más desconcertante».
Dice Eloy Tizón que siempre ha amado la literatura y que dejar constancia de este amor le parece un empeño hermoso y noble. Herido leve es el resultado de ese «largo empeño lector». Un ejercicio constante, de ritmo sosegado, miles y miles de horas dedicadas. Herido leve ha conseguido que anote en mi libreta de bolsillo tantos títulos y nombres de autores o autoras que todavía no he leído como una semana con sus tardes deambulando por mis librerías preferidas. Los libros saben esperar. Y las filias literarias de Eloy Tizón, también. Con este Herido leve hace más transitable la literatura. Más transitable la vida. Porque ha venido a hablar de la felicidad, y a compartirla. Es salir al patio común con los vecinos para asar unas sardinas, pasar las horas en torno a la hoguera central donde se cuentan historias del pasado y del presente. El fuego sigue ardiendo, la luz no es vieja, sino que es la luz de siempre porque Eloy sí enciende las lámparas.
Herido leve. Treinta años de memoria lectora es un libro extraordinario y fascinante. Una enciclopedia de amor a la literatura, un libro con el que el autor viene a contagiarnos su vitalidad lectora. Un libro para amar. Ya me contarán, pero les auguro que va a ser prácticamente imposible salir de este libro sin estar herido leve ni excitado ante este despliegue de magnetismo y generosidad. No en vano, estamos ante uno de esos artistas que están llamados a ser clásicos, de igual manera que libros como este están llamados a ser legendarios.
Y porque a Eloy Tizón le quedan perfectamente las palabras que utiliza para hablar de Alfred Döblin: tú también eres alguien que obra en nosotros un cambio de aliento, una respiración nueva. Gracias por Herido leve.
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