Yuliana Ortiz Ruano (Esmeraldas, 1992) es escritora, poeta, editora y gestora cultural. Ha publicado los poemarios Sovoz (Hanan Harawi / Todos tus crímenes quedarán impunes, 2016) y Canciones desde el fin del mundo (Amauta&Yaguar, 2018). Es además fundadora y directora de la revista digital El Cráneo de Pangea.
Además de por tu propia obra, sos conocida en América Latina por tu reivindicación de las nuevas voces literarias en la revista El Cráneo de Pangea. ¿Cómo surgió este proyecto? ¿Cómo hiciste para localizar a tantos jóvenes talentos y reunirlos en un mismo espacio con tanto valor literario?
Cuando tenía 20 años me invitaron a un encuentro de poesía en Pasaje, un cantón de la provincia de El Oro y tuve la oportunidad de conocer a Juan Romero Vinueza que apenas tenía 18 años y era miembro de “Matapalo”, una revista literaria de la capital. Yo fui a leer mis poemas y a hablar un poco de la gestión que estaba haciendo en Esmeraldas con mi colectivo literario Afroarte. Conocer a Juan fue increíble porque luego mantuvimos contacto por Facebook y él me recomendaba poetas y nos leíamos mutuamente. Después el mismo Juan me agregó al grupo Los perros románticos, donde para mi sorpresa había poetas, editores y traductores de nuestras mismas edades trabajando arduamente en la difusión de su trabajo y el trabajo de otros. A partir de esa efervescencia en las redes y leyendo a más poetas de nuestro país decidimos fundar este blog con Juan y publicar autores nacidos en los 80´s y 90´s. Muchos de esos autores los conocí por revistas y blogs de amigos y también porque empezaron a escribirnos y a mandar colaboración, pero siempre estaba buscando recomendaciones y tratando de ampliar el panorama más allá de las ciudades grandes y los países más conocidos, yo misma soy de una ciudad al norte de mi país conocida y amada por sus playas, música y gastronomía, también por la poesía afro, pero había jóvenes escribiendo desde otros lugares y desde otras realidades y la gente no tenía idea de eso. Tomando mi propia experiencia empecé a buscar autores de otras provincias de mi país. Una de las experiencias más interesantes fue ponerme una noche entera a googlear en blogs y encontrar autoras y autores paraguayos que me fascinaron. Considero que es necesario que se mire a otros lugares, porque en esos lugares pueden estar pasando cosas maravillosas de las que nos perdemos por el exceso de centralización en la que vivimos.
¿La obra de las autoras y autores contemporáneos encuentra buena recepción en los programas académicos de Ecuador? ¿Cómo percibís el estado de los estudios literarios en el ámbito universitario de tu país?
En mi caso considero que sería muy injusto de mi parte decir un no absoluto, porque de todas formas estoy cursando apenas el tercer semestre de mi carrera y antes estaba estudiando una Ingeniería. Sin embargo desde los 19 acudo siempre a conversatorios e intento preguntar siempre sobre este panorama y desde mi propia experiencia, nos falta todavía mirarnos más de cerca, considero que mi país siempre está mirando hacia fuera y tiene que ver con las lógicas desarrollistas que nos han exigido siempre. Ecuador tiene mucho que leer, no solo a las autoras y autores contemporáneos sino también a muchísimos otros que se estudian apenas en los colegios. Desde mi experiencia en la Universidad de las Artes, sí estudiamos a autores ecuatorianos, pero también se nos escapan muchos o los estudiamos de manera rápida y no como deberíamos hacerlo. Autores como Hugo Mayo, David Ledesma Vázquez, César Dávila Andrade, Dina Bellrham o Iliana Espinel, por mencionar algunos ejemplos son leídos rápidamente y a veces infravalorados. Sin embargo desde mi punto de vista, estos autores deberían estudiarse y leerse mucho más. Considero que en la actualidad y con la proliferación de más jóvenes apasionados con la literatura ejerciendo la docencia, esto ha ido cambiando bastante en mi país, sobre todo teniendo maestros que son escritores y poetas también, pero ese cambio se verá a largo plazo, en la actualidad seguimos luchando (a los que nos interesa) por visibilizar más a estos autores olvidados en las aulas de clases.
Estudiás poesía, escribís poesía, publicás poesía. ¿De dónde te surgió este compromiso con la literatura que te está convirtiendo en un referente desde ya tan joven?
Desde pequeña estuve muy de cerca con la lectura por mis padres, más específicamente por mi madre Cecilia. Ella trabajaba en la Biblioteca del Maestro en Esmeraldas, y en ese tiempo esa biblioteca tenía un convenio con España. Mi madre me cuenta que cuando llegaban libros con erratas nimias o con la portada al revés los guardaban en la bodega. Cuando yo era pequeña mi madre me traía esas cajas de libros como regalo y yo era la niña más feliz del mundo. Mi madre nunca me censuró con las lecturas, siempre me dejaba leer/hacer lo que quisiera y eso empezó a crear un hábito de lectura en mí porque yo en realidad estaba jugando cuando leía, no sé si me explico bien, para mí no representaba un trabajo o algo que me cansara, me divertía y disfrutaba con ello. En mis primeros años de vida mis padres y yo vivíamos en un departamento en la planta baja de la casa de mi abuela, la mayor parte del tiempo la pasaba con mis tías, sobre todo con Amparito Ruano una de las hermanas menores de mi madre, ella amaba la poesía y me leía textos de un libro verde, viejo y apolillado, me hacía aprender poemas largos para que los recite en las fiestas familiares o para divertirse, teníamos un vecino llamado Remberto y hay un poema en esmeraldeño que se titula igual, mi tía me lo hizo aprender, me colocaba cerca del árbol de guayabas y me hacía recitarlo/gritarlo para burlarse del vecino.
Mi abuelo también declamaba poemas, él no ha estudiado ni la escuela pero siempre estaba hablando y declamando poesía. En mi ciudad, como ya mencioné en la otra pregunta, hay una cultura oral y poética que tiene que ver con que somos un pueblo negro y de diáspora, entonces estudiábamos a nuestros poetas desde la escuela y los aprendíamos de memoria para luego recitarlos en las festividades. Mi padre cuando era joven le escribía poemas a mi madre, ellos ahora son muy distintos de cuando yo era pequeña pero construyeron sin darse cuenta este amor y necesidad poética en mí. De todas formas yo no escribía poesía, solo escribía historias raras y llevaba un diario cuando era pequeña. Cuando vine a estudiar la Universidad a los 17 años a Guayaquil empecé a escribir poesía, leer con más criterio y sobre todo corregir lo que escribía. Pienso que dejar el confort y protección del hogar para salir sola al mundo me hizo escribir poesía en serio, o tomar consciencia de al menos querer intentarlo y esforzarme por ello.
Tanto en Sovoz como en tu nuevo poemario, Canciones desde el fin del mundo, hay una articulación muy poderosa entre el ámbito corporal y el animal. Mucho más allá de simples semejanzas, en tu poesía cobran una forma muy tangible los huesos —por supuesto el cráneo—, el útero, el ombligo, la garganta, todo en articulación —por momentos en transmutación— con diferentes referencias animales. Hablás en varias ocasiones de la dualidad persona / monstruo, e incluso, en Sovoz, «la noche / es un animal gigante». ¿De dónde surge esta tremenda fuerza de lo animal en tu poesía, y por qué esa articulación tan palpable con el cuerpo?
Creo que la idea de lo corporal, lo biológico y lo animal tiene que ver con que en el bachillerato estudié ciencias. Siempre me han apasionado sobremanera los huesos, estudiaba anatomía con una pasión extraña, no me costaba, incluso por esa pasión pensaba que quería ser médico o algo que tenga que ver con huesos, y músculos, con el tiempo me di cuenta que más que ser o dedicarme a ello solo me gustaban los huesos, su naturaleza y estudio, todavía a veces me pongo a leer sobre ellos porque me parecen fascinantes. Considero que la fuerza animal tiene que ver con que yo misma me desbordo constantemente, con mi mejor amigo y compañero de casa, siempre hablamos de ello de que muchas veces no podemos ser tan humanos porque estamos constantemente acaballados. Desde pequeña siempre hacía lo que no se tenía que hacer y mi abuela me comparaba con animales, a mí me gustaba la idea de ser un caballo y de trotar constantemente libre por el patio de su casa aunque ella gritara nerviosa. Considero que es eso, que siempre tendré un comportamiento más animal que humano porque me manejo más por mis impulsos orgánicos que con lo que tengo o debo hacer, si hablo de mí es porque mi poesía es mi más fiel retrato de lo que soy y para mí no están separadas para nada, muchas veces me han dicho comentarios como que me expongo o que la poesía no solo se trata de descargar nuestros dolores o lo que vivimos, pero no sé de qué otra manera hacerlo sino siendo franca conmigo al menos cuando escribo.
Al hilo de esto, ¿por dónde pasa la importancia de la figura de lo equino en tu poesía más reciente?
Porque cada vez que algo fuerte se genera en mí siento como si mi pecho fuese una rueda o carrusel por donde trotan a toda prisa un montón de caballos. Tampoco puedo explicarlo demasiado, no sé bien de dónde nace esta idea. Puede ser porque de niña me decían así por inquita y porque corría en vez de caminar y también porque he leído demasiado sobre equinotecnia y terapias con caballos, tratando de entender su naturaleza y sobre todo tratando de entender el amor inmenso que les tengo a esos seres. Creo que tiene que ver con las lecturas sobre caballos y por mi amor desmedido hacia ellos.
También hay una presencia muy notable de la música en tu poesía, no sólo en Canciones… sino ya desde Sovoz, donde con frecuencia también aparece articulada con el ámbito natural. ¿Hay melodía en la naturaleza, en su armonía o su violencia? ¿De qué forma la poesía puede captar esto y bajarlo al papel?
Creo que podría vivir incluso sin poesía pero no sin música, en la naturaleza todo está en constante movimiento generando sonidos, música misma. La poesía o cualquier arte puede bajar la divinidad de la música que compone la tierra para nosotros y hacerla más tangible a la sensibilidad humana. Creo que todo puede generar música en tanto que nos permitamos escuchar más allá de nuestros propios preceptos y nos dejemos afectar por ello. Pienso en esta cita increíble de Artaud en Para acabar con el juicio de Dios: “En todo caso quiero un teclado completo que supere el registro de la voz, para entrar en sonidos pétreos: materia, hierro, madera, la tierra y sus subsuelos”. Cuando leí esto sentí que sí, que hay un registro musical en casi todo lo que nos rodea, el ruido mismo de la ciudad o de una fábrica que tanto odiamos puede ser una especie de canto de auxilio para liberar algo en nosotros o sacar nuestra parte más animal/salvaje.
También exhibís un diálogo sorprendentemente fluido entre la violencia y la sexualidad, con frecuencia articuladas con los vínculos filiales o al autocastigo, la crisis existencial. En ocasiones tus poemas desembocan incluso en la antropofagia. ¿Cómo conseguís canalizar toda esta intensidad en tus versos? Y, aún más complicado, ¿cómo conseguís hacerlo con tanta armonía, con una presencia de la musicalidad tan presente y tan visible a lo largo de todos tus poemarios?
Desde que empecé a vivir o a ser consciente del “amor” lo he sentido como algo cruel y terrible… mi abuela al contrario de mis padres era muy católica y creyente, me hacía leer la biblia cuando dormía con ella, me levantaba a las 5 am al baño y luego me leía la biblia y me hacía rezar porque me amaba, todo ese amor no lo entendía porque yo solo quería dormir. Mi padre también me sobre exigía académicamente porque me amaba, y mi madre en otras cuestiones más personales, todo esto en nombre del amor. De niña yo soñaba que mis padres y me abuela me comían entre todos y me repetían que me amaban, mientras desgarraban mi cuerpo… entonces todas esas imágenes y situaciones ahora me sirven para escribir. No estoy seguro de conseguir la armonía y musicalidad precisa, considero que esa sería tal vez la lectura que le das tú. Pero yo misma no he podido deslindarme de la idea de que solo en medio del horror el amor es cierto y que de cierta forma, las prácticas violentas nos hacen humanos… todavía lo considero así y precisamente hay que luchar contra ese exceso de humanidad pienso yo, en mi caso la lucho desde la poesía.
El pasado diciembre te encontrabas con una relectura inesperada de Luna Miguel en PlayGround sobre un artículo que habías publicado en Liberoamérica en torno a la nueva literatura ecuatoriana. Tu selección «Noventas bailables y no bailables de la poesía ecuatoriana» pasó a tener entonces un alcance enorme y muchísima repercusión. ¿Hacían falta más instancias de este tipo para reivindicar la nueva literatura en Ecuador? ¿Cómo fue la respuesta que se generó en tu país alrededor de este artículo?
Ecuador es un país adultocrático por excelencia, yo que crecí en una familia donde mi voz contaba muchísimo, nunca entendí esta dinámica de edades para merecer, ejercer o decir algo. Incluso dentro de los mismos jóvenes hay una falta de empoderamiento en lo que hacen, un chico que toca la guitarra desde hace 9 años solo por tener 20 no se asume como músico. Es cierto que es necesario estudiar y prepararse muchísimo en lo que se hace, pero hay un miedo en mi país en los jóvenes de asumir lo que aman y lo que les gusta, otra vez, por el desarrollismo bestia que nos exige la crisis de nuestro paisito latino y también porque desde niños les han enseñado que su voz no vale nada y eso tiene que cambiar. Con Vienen del futuro pude darme cuenta que no solo yo me afecto con la poesía que hacen mis compañeros menores a mí y que si yo hubiese tenido esa tendencia adultocrática, jamás los hubiese publicado.
Para algunos fue refrescante pero para otros, y sobre todo por cómo estaba planteado el artículo (con enfoque feminista), fue denigrado e incluso infravalorado, como todo lo que intentamos gestar los jóvenes en Ecuador. Inclusive recibí mensajes ofensivos de gente que no conocía a mi cuenta de Facebook, donde me trataban de “negra de mierda” o “feminista de mierda, ¿tú que vas a saber de literatura?”. Escribir y ser joven en Ecuador es resistir y luchar contra todos, inclusive contra gente de nuestra propia generación.
¿Hacen falta también más instancias para reivindicar los enormes avances del feminismo en América Latina? Vos sos una de las autoras ecuatorianas más comprometidas al respecto. ¿Cómo estás percibiendo el auge feminista desde Ecuador? ¿La sociedad ecuatoriana, sus instituciones culturales, políticas, están siendo permeables a la necesidad de cambio que está reivindicando el feminismo?
En Ecuador se viven momentos duros respecto al posicionamiento político, por un lado están los autores que intentamos reivindicar nuestra voz y escribimos desde nuestras posturas y por otro están los que consideran que la poesía está más allá de posturas políticas que ellos consideran ridículas y radicales. Nosotros seguimos escribiendo desde nuestro feminismo, desde nuestros cuerpos violentados, desde nuestras inclinaciones sexuales y preferencias, desde nuestra marginalidad, y vamos a seguir poniendo el cuerpo en el texto y por ende nuestras luchas en él.
¿Qué autoras te parece que estarán marcando la poesía ecuatoriana en la próxima década?
Considero que no es necesario seguir explicando mis gustos, inclinaciones y posturas frente a los textos y autoras que prefiero. Desde mi lectura voces como las de Andrea Crespo Granda, Mónica Ojeda, Gabriela Vargas Aguirre, Andrea Rojas Vázquez, Steph Apolo y Sandra Araya, autoras con distintas posturas y voces son y serán un referente para la literatura de nuestro país aunque nosotros ni nos enteremos de ello.
¿Y en América Latina?
Gracias a los encuentros de poesía en Perú y en Chile y sobre todo, gracias a las plataformas literarias que tenemos al alcance de nuestras pantallas considero que autoras como: Nadia Sol, Vera Buendía, Micaela Szyniak y Natalia Litvinova en Argentina, así como María Paz Valdebenito en Chile, Fiorella Terrazas, Lisset Orihuela y Valeria Román en Perú, Daniela Prado en Colombia y muchas otras que se me escapan, están construyendo un universo poético al que tendríamos que mirar ahora, mientras se está gestando y no esperar a que pasen los años para conocerlas/leerlas/estudiarlas.
¿Hay suficientes espacios de articulación entre las distintas literaturas nacionales del continente? ¿Hacen falta más Cráneos de Pangea en el ámbito editorial y de la prensa cultural? ¿Cómo podemos contribuir a una mayor integración de las distintas poesías y narrativas latinoamericanas contemporáneas?
Falta que haya espacios pagados para las personas que hacen ese trabajo de difusión, considero que nosotros los jóvenes tenemos la suerte de tener el internet como herramienta, pero es necesario que ese trabajo sea considerado como tal. Son horas invertidas consideradas como pasatiempo, y eso puede hacer que muchos de los espacios dejen de funcionar o dejen de publicar o dedicarse a difundir porque tiene que sobrevivir o supervivir para seguir existiendo. Las entidades públicas, los ministerios y los medios deberían considerar todo el trabajo que hacen estas plataformas de recolección de información, trabajo que deberían hacer ellos y no lo hacen. Más que hacer falta espacios, falta fortalecer los espacios que ya existen, crear fondos e incentivos para los que realizan esta labor sin paga.
A punto de concluir tus estudios en Guayaquil, y con Canciones desde el fin del mundo llegando a las librerías de Perú y Ecuador, ¿por dónde pasan tus próximos proyectos? ¿Dónde tiene puesta las miras Yuliana Ortiz Ruano para este 2018?
Canciones desde el fin del mundo al igual que Sovoz, saldrá publicado en una editorial pequeña, con un número de tirajes no tan grande, así que tampoco es que mi poesía se ha expandido por toda Latinoamérica, al menos no en formato libro. Ahora he terminado mi tercer poemario y voy a ver qué hago con él, nunca he concursado con algún poemario, solo con Canciones… que obtuvo la mención de honor, en realidad no sé qué quiero hacer. Con Sovoz tuve la oportunidad de viajar a Chile y conocer a autoras preciosas. Creo que la idea de viajar a algún encuentro de poesía fuera del país o del continente sería uno de mis deseos, considero que no hay mejor forma de crecer en la escritura a más de la lectura y autocrítica, viajar, conocer y compartir con autores contemporáneos. Y seguir escribiendo y colaborando con colectivos de danza en la parte de guión y textos.
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