Sergio García Clemente (Santa Cruz de Tenerife, 1974) lleva dándonos que pensar desde que en 2013 ganó el I Premio José Bergamín de Aforismos. Desde entonces, la editorial Cuadernos del Vigía convoca este concurso cada año e incluye la publicación de la obra ganadora en su catálogo. Precisamente en estos últimos años el género está disfrutando de un reseñable renacimiento. La calidad de muchos aforistas, la visibilidad y dedicación que varias editoriales le brindan y el interés por parte de los lectores han hecho de este género minoritario algo ligeramente mainstream dentro del underground literario.
Tras su primera publicación, Dar que pensar (Cuadernos del Vigía, 2014), García Clemente vuelve a la actualidad literaria con Mirar de reojo (Cuadernos del Vigía, 2017). En este nuevo libro, el tinerfeño ahonda en los temas ya apuntados en el primero y también en los recursos estilísticos del género y también otros más originales. Algunos ejemplos de ello: «El silencio también puede ser una trinchera», «Algunas tablas están tan podridas que es preferible seguir naufragando», «¡Qué mal huelen las flores que uno se echa a sí mismo!», «Soy solo un cadáver distraído», «Su vida es una delicada danza de pasos en falso» o «Pluma: raíz del aire».
Has publicado algunos poemas en revistas digitales y también relatos en una antología. En cambio, tus dos grandes proyectos hasta ahora son de aforismos. ¿Es el género en el que más cómodo te mueves?
Sí, sin duda. Siempre me he sentido atraído por la brevedad en la literatura. Me sigue gustando una máxima de Elias Canetti: «Todo lo que se alarga se vuelve inexacto». Al principio escribía unos poemas muy cortos y herméticos, reconcentrados en sí mismos. Después fui abriendo poco a poco los textos, haciéndolos más inteligibles y con un tinte más reflexivo, lo que, unido a ciertas lecturas, fue aproximando mi escritura de manera natural al aforismo, de tal forma que, de momento, no escribo otra cosa.
Con tu primer libro obtuviste el Premio José Bergamín de Aforismos. Gracias a eso, la editorial Cuadernos del Vigía lo publicó. Como punto de partida es inmejorable, pero ¿qué habría ocurrido con aquel manuscrito si no hubiese llegado tan alto en el concurso?
Cuando me enteré de la convocatoria del Premio José Bergamín me lo planteé como un reto: no tenía ni por asomo el número de aforismos inéditos que exigían las bases y faltaban pocos meses para que finalizara el plazo de envío de manuscritos. Así que me impuse un horario de escritura y el libro fue creciendo paulatinamente. Pero, a pesar de obtener el premio, me quedó una sensación un poco agridulce, la premura en el envío me dejó una impresión de libro insuficientemente trabajado, así que imagino que, de no haber sido premiado, lo habría seguido trabajando y perfeccionando para enviarlo a alguna de las editoriales que estaban (y están) incluyendo el aforismo en sus catálogos.
¿Cómo contribuye tu segundo libro, Mirar de reojo, a la evolución de una obra tan particular como la dedicada al género aforístico?
En general, creo que cada aforista tiene su estilo y su temática predilecta y, en este sentido, es difícil apreciar, al menos para mí, una evolución muy marcada entre los distintos libros que conforman una obra aforística. Respecto a Mirar de reojo, me planteé, en relación con mi primer libro, Dar que pensar, una serie de cambios no sustanciales: limar mucho los aforismos, darle al libro un tono un poco más corrosivo e intentar organizarlo en torno a una idea que me obsesionaba (y lo sigue haciendo) durante la época en la que fue escrito: la identidad. De resto, quise seguir manteniendo el mismo estilo, la misma estructura y también cierta variedad temática, aparte del núcleo que te comentaba antes. En pocas palabras, mi intención fue llevar hasta el límite las líneas de creación que ya había utilizado en mi debut literario. Sin embargo, sí he de decirte que esta fórmula de escritura que hasta ahora he adoptado la veo agotada. Me gustaría tomar algo de aire fresco y adentrarme, dentro del aforismo, en una senda un poco más singular, más poética e incluso naif, en un libro con una estructura aún más deliberada y circular, y ese es el sentido que veo ahora mismo en mi evolución.
¿Qué te aporta la escritura de aforismos y qué echas en falta en ella?
A mí la literatura me ha dado muchísimo: alegría, consuelo, conocimientos, comprensión, dudas… Así que no sólo como lector sino escribiendo, en mi caso, aforismos, devuelvo un poco toda esa generosidad, participo algo más de este fenómeno esencial que es verse reflejado o cuestionado en las palabras de otros. Después hay otras aportaciones más secundarias, como por ejemplo ver hacia dónde se orientan mis pensamientos o mis perplejidades. Pero el contacto con el lector es, sin duda, la aportación más valiosa que me da mi escritura. En cuanto a lo que echo en falta, en ocasiones veo el género algo limitado en su expresividad, en el sentido de que noto la necesidad de decir cosas que se plasmarían mejor (o exclusivamente) a través de un poema o un relato, pero mi escaso talento para esos géneros hace que deseche esas ideas.
También es cierto que toda escritura tiene un punto lúdico y otro, digamos, incómodo. ¿Qué te incomoda al escribir textos de este género?
Me incomoda que vengan a mi cabeza frases trilladas, la incapacidad de plasmar en la página de manera satisfactoria mis pensamientos o intuiciones, que el certero e inigualable aforismo que he escrito un día me parezca una nimiedad cuando lo releo al cabo de unas semanas. Me desespera tener que escribir cientos de textos para después salvar de la quema sólo unos pocos. Pero bueno, más que incomodidades se trata de elementos que integran, o deberían, cualquier proceso de escritura, así que no me quejo.
Es un tópico conocido que los escritores envían los libros a imprenta para dejar de corregirlos y perfeccionarlos. En el caso de Dar que pensar, como comentabas, el premio aceleró ese proceso. ¿Con esta segunda publicación has resuelto ese regusto amargo al que te referías?
Sí, estoy de acuerdo en que uno nunca se queda del todo contento con sus libros y que, más que terminarlos, los abandona. Teniendo esto en cuenta, sí que puedo decir que Mirar de reojo ha sido un libro más satisfactorio para mí, en el sentido de que he tenido mucho más tiempo para escribirlo, pulirlo y meditarlo y creo que eso se nota en el resultado final. De todos modos, esta es mi sensación actual, aún no tengo la perspectiva temporal suficiente para valorarlo con exactitud.
Lo bueno de la familia literaria es que uno puede, más o menos, elegirla. ¿Cuál es la tuya?
Bueno, en lo que se refiere al aforismo puedo decir que mi familia ha estado dominada por la ironía, el humor y cierta reflexividad: incluyo a Lichtenberg, Lec, Ramón Eder e incluso a Cioran. Autores como ellos tienen la capacidad fundamental de hacer afirmaciones muy lúcidas y contundentes sin perder la sonrisa. Sin embargo, últimamente estoy intentando adoptar a aforistas de aliento un poco más poético, que tienen la virtud de crear aforismos que parecen poemas de un solo verso: Jordi Doce, Carlos Edmundo de Ory, Charles Simic, José Luis Morante, Eliana Dukelsky o tú misma.
¿Crees que el aforismo está más vinculado al pensamiento que la narrativa, el ensayo o la poesía?
No, para nada. Es cierto que el aforismo tiene un importante componente de pensamiento. De los libros del género deviene, en no pocas ocasiones, una especie de filosofía asistemática, un punto de vista, con suerte, inédito sobre la realidad. Sin embargo, y permíteme la obvia licencia poética, todos los géneros literarios son afluentes de ese río interminable que es el pensamiento. Lo vemos, por ejemplo, en los irónicos contrapuntos de esa grandísima poeta que es Szymborska. Lo observamos también en ciertas tendencias actuales de la narrativa que postulan una confusión de géneros, entre ellos, el ensayo ( me viene a la cabeza Clavícula, de Marta Sanz, una novela en la que se dan cita el relato corto, la reflexión, la poesía, el correo electrónico, el diario…). Y al ensayo, claro, se le presupone el pensamiento.
¿Qué rol juega en el ámbito literario actual el género del aforismo? ¿Te gustaría que fuese otro?
El aforismo juega en la actualidad un rol creciente pero minoritario. Es evidente que el género está viviendo un auge en cuanto a publicaciones y, espero, lectores, pero creo que el hecho de que alguien escriba un libro de aforismos (no te digo ya si su actividad literaria se centra en exclusiva en ello) aún se ve como una excentricidad o como algo menor, secundario. Pasa igual que con los escritores de cuentos, siempre se les pregunta que para cuándo la novela. A los aforistas se nos suele cuestionar cuándo escribiremos el libro de poesía o de relatos. En esas preguntas subyace cierto menosprecio a un género al que, por su dificultad y, sobre todo, por su posibilidad de impacto en el lector, se le debería dar más importancia.
Por último, la siempre difícil pregunta acerca de cuál es tu aforismo preferido en la historia del género. En todo caso, prefiero preguntarte cuál es el aforismo que no consigues olvidar porque ha logrado lo que todo aforista intenta al escribirlo: que se quede rondando en la mente del lector.
Para mí, el aforismo de Renard «He construido castillos en el aire tan hermosos que me conformo con las ruinas» es inolvidable.
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