Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) es autora de las novelas La desfiguración Silva (Premio Alba Narrativa, 2014) y Nefando (Candaya, 2016), así como del libro de poemas El ciclo de las piedras (Rastro de la Iguana, 2015). Ha sido seleccionada como una de las voces literarias más relevantes de Latinoamérica por el Hay Festival, Bogotá39 2017.
Vos cursaste tu Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad de Santiago de Guayaquil, y a partir de ahí diste el salto a España para cursar un máster en Barcelona y otro en Madrid. ¿Qué diferencias encontraste entre estos lugares a nivel académico y formativo?
Algo que me sorprendió mucho del sistema educativo universitario español fue que funciona, sobre todo, aplicando el método de clase magistral. Las clases eran interesantísimas porque, dependiendo de qué profesor te tocaba, estabas más bien escuchando una ponencia o un seminario. Tiene que ver, por supuesto, con que fui a hacer un posgrado, y un posgrado tiene otra metodología, pero me han dicho que así también son muchas de las clases de grado en España. Pienso que esto tiene su lado positivo y su lado negativo: noté mucha timidez, mucho corte en mis compañeros a la hora de participar en clase. La voz cantante la llevaba el profesor y, en algunos casos, era la única voz. Esa forma jerárquica me parece que fomenta poco el espíritu crítico o la confianza en el propio pensamiento, y es algo que pasa de uno y de otro lado del Atlántico. Los mejores profesores que he tenido, tanto en España como en Ecuador, tratan de ir en contra de eso.
La publicación de Nefando en Candaya te puso en primera línea del panorama literario en España, donde aún se conoce muy poco de la literatura ecuatoriana contemporánea. ¿Este éxito ayudará a otros autores y autoras ecuatorianas a seguir tu estela y publicar en Europa?
El problema de difusión internacional de lo que se escribe en Ecuador es un reflejo del problema de difusión a nivel interno. Es algo que no hemos sabido solucionar. Sin embargo, es eso: un problema de difusión, no de calidad. Publicar en España, en ese sentido, es un modo de alcanzar lectores a los que de otro modo no llegarías. No soy la primera en hacerlo. Candaya publica, por ejemplo, al poeta guayaquileño Mario Campaña; Pre-textos publicó, el año pasado, al novelista quiteño Javier Vásconez; y, hace poco, Limbo Errante ha publicado a la escritora quiteña Sandra Araya. En el 2015, Carla Badillo Coronado ganó el Premio Loewe de poesía joven y fue publicada en Visor. Y así hay muchos más autores ecuatorianos que están siendo publicados en este momento en España, el problema es su visibilización entre tanta oferta. De todos modos, creo que ahora es más fácil para los lectores españoles leer literatura ecuatoriana contemporánea. Aunque tengo que decir que hay escritores ecuatorianos que están haciendo literatura de la buena y que no han publicado en España, pero sí en muchos otros países de Latinoamérica.
Tu primera novela, La desfiguración Silva —reeditada este año por Cadáver Exquisito—, vio primero la luz gracias al Premio Alba de Narrativa que se te concedió en Cuba. ¿A qué responde que tu literatura se abriese camino primero en el exterior y después en tu propio país?
Se debe, precisamente, al problema de difusión del que te hablaba antes. Eso está ligado a la inestabilidad de las editoriales nacionales y a su hermetismo —es muy difícil que te lean si no te conocen antes—. También las editoriales independientes, las más indies, muy difícilmente puedan publicarte a menos de que pagues la edición. En Ecuador esta es una práctica generalizada: que las editoriales te pidan dinero para publicarte. Yo no estaba dispuesta a pagar mi publicación y no conocía a nadie en el mundo editorial ecuatoriano, así que decidí probar con los premios literarios y tuve suerte. Luego tuve la suerte mayor, que fue que Candaya decidiera leer mi manuscrito.
¿El rol que presenta Gianella entre los tzánzicos en La desfiguración Silva invita a reflexionar sobre el rol de la mujer en Ecuador y la América Latina actuales? ¿Qué papel puede cumplir la literatura en la visibilización y defensa de la mujer dentro de ese campo sociocultural?
Gianella Silva podría ser cualquier mujer que fue parte de algún grupo de vanguardia, que hizo arte, que no fue tomada en cuenta por ser mujer y que luego fue borrada de la historia. Pasa con muchas generaciones. Recientemente hemos empezado a hablar de las olvidadas de la generación beat o de la del 27, por ejemplo. Creo que la literatura y el arte en general tiene una tradición hipermasculina que ha creado grandísimas obras, pero que ha sido un arte de medirse el pene entre escritores hombres, blancos y heterosexuales. Lo que los cuerpos feminizados tengan por decir me parece enormemente disruptivo y salvaje, que es de donde viene la literatura que más me interesa. Lo que está haciendo Ariana Harwicz, por ejemplo, me estremece y me emociona. Supongo que lo que quiero decir es que la literatura no tiene un papel de visibilización de nada ni de nadie. La literatura visibiliza a la literatura. Y las escritoras de hoy, las más interesantes, están haciendo literatura desde lo que antes era percibido como periférico o menor con una potencia deslumbradora.
La estructura de Nefando combina pasajes narrativos —llamados ‘habitaciones’— con pasajes dialógicos en forma de entrevistas y una pequeña nouvelle pornográfica intercalada en partes. ¿Por qué elegiste esa alternancia en la estructura, y a qué responde la presencia de la nouvelle?
Como escritora, por lo pronto, me aburre la linealidad, la omnisciencia despersonalizada, clínica, el formato único e inequívoco. Podría ser que en futuro me interesara, no lo sé. Mi única regla a la hora de escribir es no aburrirme a mí misma. Veo a la literatura como una búsqueda, y eso es lo que hago cuando escribo. Busco formas en las que una historia puede contarse sin convertirse en un mero artefacto. Intento no instrumentalizar el lenguaje y ensancharlo todo lo que pueda. La nouvelle pornográfica en Nefando funciona como un contrapunto: por un lado tenemos la historia de tres hermanos que han sido abusados por su padre y por otro tenemos a tres púberes que experimentan con la sexualidad más oscura —es decir, la que no es normativa— voluntariamente. Si bien Nefando es una novela sobre el lenguaje de dolor, también lo es sobre sus matices. Y allí cabe hablar del placer y de la violencia.
Me pareció muy interesante un paralelismo que establecés en Nefando, donde el Cuco Martínez comenta las similitudes entre internet y la vida real y explica cómo las partes turbias de la sociedad encuentran su eco en la deep web. ¿Es un sino de la especie humana estar constituidos de esta manera? ¿Trasladamos allá donde vamos nuestras luces y nuestras sombras?
Pienso que allá adonde llevemos nuestros cuerpos irán también nuestras debilidades. Irá lo más bello y lo más horrible de lo que nos hace humanos. El internet es un espacio corporal, aunque muchos no lo vean así. Al principio fue visto como ese lugar edénico virtual en donde todo se haría bien, y ahora vendemos personas a través de la red y hemos perfeccionado la difusión de pornografía infantil y los gobiernos y las empresas saben exactamente qué deben vendernos y cuándo es nuestro cumpleaños y en qué cosas creemos y a quiénes amamos. También es el lugar de la revolución: es posible hackear el sistema desde allí. Es un enorme mercado del deseo y, por lo tanto, un espejo de lo que somos.
En varios lugares te destacaron —y a mí acá me gustaría subrayarlo— el dominio que exhibís de diferentes dialectos del castellano en Nefando, donde alternás con mucha naturalidad las voces de personajes mexicanos, españoles o ecuatorianos. ¿De dónde te surge ese oído lingüístico tan plural? ¿Qué aspectos recomendarías tener en cuenta a la hora de escribir textos capaces de representar fielmente un entramado social plurinacional o multicultural?
Supongo que se debe a la geografía de mis emociones: estoy casada con un español, una de mis mejores amigas es mexicana y mi familia es ecuatoriana, claro. Tengo sus formas de hablar incorporadas en mi lengua, y me encanta. Pero es cierto que no me pasa sólo con ellos. A veces siento que soy Zelig porque cuando estoy en un determinado grupo canibalizo inmediatamente su lenguaje. Me fijo mucho en eso: en cómo habla la gente. Por eso me resulta natural incorporarlo en mi escritura. Si alguien quiere escribir el habla de un mexicano sin ser mexicano, o de un argentino sin argentino, le recomendaría amar a un mexicano y a un argentino.
Además de estar consolidada como narradora, también te adentraste en la poesía con tu libro El ciclo de las piedras (Rastro de la Iguana, 2015). ¿Te resultan muy diferentes ambas formas de discurso, o las construís desde una base similar? ¿Qué te condujo en cada momento a apostar por la narrativa o la poesía?
La única diferencia entre la narrativa y la poesía es el grado de libertad. En narrativa no puedes ser libre del todo, hay un límite: tienes que contar. En la poesía no hay límites: puedes contar, no contar, ser transparente, ser opaca, usar la gramática, ser agramatical. En fin. Lo que me interesa a la hora de escribir es lo que tienen en común, y voy a la caza de sus puntos de encuentro. La narrativa en donde el lenguaje es un mero instrumento para contar una historia, por ejemplo, me resulta indiferente. La prosa que no alcanza sus momentos de poesía deviene siempre en artefacto y no en arte. Se vuelve artificial e inorgánica. Es letra muerta, quiero decir: falsa. Y lo importante es que la palabra sea verdadera y que no sea un simple medio para comunicar algo. Para mí, si la literatura tuviera que comunicar algo, eso sería su lenguaje.
¿Tu posición como escritora te aporta recursos a la hora de ejercer la docencia y la investigación universitarias, o se trata de carreras profesionales que desarrollás de manera separada?
Como soy las dos cosas, ambas generan mi universo. La docencia y la investigación requieren de una actitud indagativa constante, y justamente es así como enfrento la escritura. Claro que son cosas muy diferentes: la primera es una profesión, pero escribir no es para mí una profesión ni una carrera, sino algo que ni siquiera me atrevo a decir.
Ahora que estás de vuelta en Guayaquil y andás profundizando en tu investigación doctoral, ¿por dónde pasan tus próximos proyectos académicos y literarios?
En el plano académico espero terminar pronto el doctorado, que va sobre subversión y denuncia en la literatura pornoerótica latinoamericana. Y en el plano literario, estoy escribiendo una novela y he acabado un poemario que aún estoy puliendo. Además, este año regresaré otra vez a vivir a España por estudios y cuestiones familiares, así que mi proyecto más cercano es una mudanza.
Si te gusta nuestro contenido, puedes suscribirte y recibir en tu casa cada cuatro meses la edición física de la revista. Más información en nuestra tienda.