Aitor Francos nació en Bilbao en 1986. Es psiquiatra de profesión. Ha publicado los libros de poemas Igloo(2011), Un lugar en el que nunca he escrito (2013), Las dimensiones del teatro (2015), el libro de aforismos Fuera de plano (2016) y el de haikus Filatelia (Renacimiento, 2017).
Adelantamos cuatro poemas de su próximo libro, todavía inédito, titulado Las gafas de Pessoa:
LA ESPERA
El cuarto permite sólo unos pasos
que repito en una dirección y en otra, como
quien busca confirmar
el tamaño de un cuerpo.
En un espacio no mayor que éste
quiere la escritura tener la medida
exacta de la verdad.
No hay más que un poco de madera: mesa,
libros, suelo y lápices.
Y un hombre solitario que a veces cruza
una calle en la memoria.
FUERA DE AQUÍ
Mi casa
es una pequeña enfermedad hecha
de lo que falta.
Otro hueco. Otro cuarto.
Y de nuevo, otra muerte.
Dije adiós a la posibilidad de ampliarla.
Algo falta: más huecos.
La casa envuelve
la realidad con mis carencias, yo
la provoco íntimamente:
quiero mi sitio. Seré agradecido
si me da un cuerpo.
Si no me abandona dentro.
. Y pregunto:
¿qué hacían estas manos
antes de desmontarla?
Todo debe permanecer así:
en piezas sueltas.
La casa de mis padres.
La casa de mis hijos.
Nunca la mía. Esa la dejaré
marchar. Yo ya estoy fuera.
METAMORFOSIS EN LA NOCHE
Esta humedad sí que la comprendo
habiendo un cuerpo.
Son pocos los que se agrietan
al decir adiós.
Doblar un papel,
madera y vidas que crujen,
en un mismo altar.
Las ramas que no saben el camino
a la palabra
quisieran recibirme
con la quietud del viento
dentro de casa. Dudar de mis manos,
si no reparan sombras.
EL FRACASO
Para escribir un poema
es necesaria una pausa de días, espacio
infinito en la imaginación, y cierto grado
de tedio y abandono.
Tener algo que amar, aunque sólo sean sombras
enganchadas a cualquier rama.
Las flores que alguien vendió para sobrevivir
o para comprar un libro de Natsume Soseki.
Esperar con fe a que un hombre
(el hombre es lo que importa en el poema)
vagabundee sin destino
y a que una moneda huérfana,
en un bolsillo, le dé un poco de luz de luna.
Algunos sueños, y calles suficientes como
para andar una vida entera.
Que la tristeza sea indefinible y arrastre
como un regusto a cena inacabada.
Que nos protejan con sus nombres
los árboles amados:
acacias y cipreses, limoneros y tilos.
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