*Fotografía de Luz Sol
Carlos Barral (Uviéu, 1969), es poeta y pintor de formación autodidacta. Ha editado diversas plaquettes de poesía y ha publicado en la revista asturiana El Súmmum, en El Cuaderno y en el fanzine Letra y puñal. En 2007 estrenó «Hechos inexplicables», su primera exposición de poesía y obra plástica y en 2009 presentó en el Teatru de la Llaboral de Xixón «Performance Lírica, Recital Trifásico». Entre sus últimos proyectos destacan «Performance lírica, 24 poemas audiovisuales», exposición exhibida en el Museo Barjola de Xixón y en el Muséu Arqueolóxicu d’Uviéu. Forma parte del consejo de redacción de Atlántica XXII. El libro al que pertenecen estos poemas, Oxidación (Canalla ediciones) es su primer poemario publicado hasta la fecha y compila su obra entre el año 2010 y el 2010.
Una niña corriendo
Una niña se cuela por mis versos
corriendo despavorida entre las espigas del trigo caliente
cuando una intensa nube de polvo la empuja
a tropezar con el cráneo varado de una oveja
o con la pluma agobiante de Faulkner.
Ella pretende incorporarse
pero su padrastro le da alcance sujetándola por el cuello con su mano enorme
cuando de improviso brota un dolor que nace de las uñas clavándose en la piel.
La niña despierta sudorosa en una habitación atestada de peluches y libros de princesas
mientras la música de Bach dulcifica los sentidos
urdiendo melodías alegres en el clavicordio, como un susurro.
Acá y allá
Acá tiemblas como perturbación cuando tienes que hacer por relajar los músculos
y rebajar las constantes que, en plan independentista,
se quieren arrogar categoría de cantón hijo de puta.
Tienes que tratar de atajar ese miedo,
tan pervertidor, tan canalla y tan hipócrita,
para, quizás, dominar los accesos de la ansiedad.
Allá estás fresca y hermosa
como protagonista de una figuración
que, sin pensarlo,
levanta el ancla, coge altura y surca los sueños.
Acá estás desolada,
la luz te da de frente y, claro, así una se ciega luchando a brazo partido
para dejar de ser una metáfora de este poema.
Quédate allá, que estás divinamente y te desenvuelves
como la corredora de fondo que entre líneas
extrae la síntesis de los perfumes.
Espejo
Hice todo lo que en mi mano había para salvarte,
no obstante, me pesan demasiado tus cenizas.
Dijeron que tenías vocación de victimario, un espejo opaco ante el que acicalarte
y que deseabas negar cualquier evidencia para, de paso, canturrear las culpas.
He vendido el espejo al anticuario de la plaza porticada, pero se ha mostrado esquivo y
hosco al saber que habías sido tú su antiguo propietario:
¿fuisteis, acaso, amigos de alcoba, enemigos confesos o quizá, poetas?
Me interpelan varios porqués y, aunque tengo respuestas convincentes para todos
—parece mentira—, se forma una situación en extremo delicada.
He vendido el espejo al anticuario de la plaza porticada sin haber ponderado
todas las consecuencias.
Ora ateo
Supe de aquel tiempo en cuanto que visité los campos de lavanda y porque pisé la tierra
descalzo.
Conquisté algún que otro hermoso y tierno corazón del cual, más tarde,
hallaron su osamenta.
Consabidas fuentes del saber:
¿por qué os habéis secado tan prontamente, perras fuentes de la nada?
Habían transcurrido apenas unos pocos cientos de minutos cuando mis calientes manos
sufrieron el frío más cruel: miedo de metal, cartílago roto, incandescente desazón.
Lo único que acerté a decir fue un quédate murmurado en color azul.
Por favor, quédate: quédate por el árbol que aún ha de crecer,
por los moradores de la belleza y por los humanistas que mantienen la semilla de la
razón, palpitante y dulce.
Quédate al descuido de la música evocadora y al desaire del viento sur pero,
permanece en mí, como suave tempestad eterna.
Supe de este tiempo duro al que me adherí cauteloso y en amplitud,
adorando la luz, cantando al maestro José recién ido
con su entereza inviolada y su belleza y sabia corteza.
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