Teniendo en cuenta que la Divina Comedia es considerada a día de hoy como uno de los principales textos en la transición del pensamiento medieval teocéntrico al antropocentrista desarrollado en el Renacimiento, es inevitable utilizarla como referencia metatextual para el análisis de cualquier obra artística que trate el tema de la bajada a los infiernos del ser humano. Además, siendo conscientes de la adaptación que la teoría mística sanjuanista experimenta en el siglo XX ―momento en el cual la sociedad presencia el nacimiento el surgimiento de la distopía, planteada por Orwell en 1984, como algo generalizado fruto de la decadencia que conlleva la quiebra de la fe en el progreso―, creo que resulta apropiado partir desde este punto donde la reinterpretación de la antigüedad clásica dará lugar a la restructuración renacentista del neoplatonismo como la principal teoría filosófica que sustente el pensamiento místico-religioso. El alma y el cuerpo en su dualismo enfrentado serán de nuevo el eje principal para la contemplación del sentimiento humano, que se desdobla a través de sus pecados para mostrar la realidad social y la oposición a la misma por parte del análisis cristiano. Si con su obra Dante divide la realidad en tres partes (el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso), será en las dos primeras donde debamos centrarnos a la hora de estudiar la consagración del film de Scorsese, entendiendo este como una representación sesgada y crítica del Nueva York de los setenta. Así, mientras que en la Divina Comedia Dante debe bajar hasta el Infierno en busca de su amada Beatriz, en la película la animadversión vital que experimenta Travis Bickle provocada por la guerra de Vietnam y las consecuencias de ésta en la psique del ser humano, se ven paliadas con el descubrimiento de dos mujeres a las cuales consagrará su vida. En primer lugar, Betsy ―la administrativa encargada de la campaña de elecciones del Senador Palantine―, quien supone el intento fallido por insertarse en una sociedad colectivizada donde el fin justifica los medios, oponiendo así el mundo diurno que representa las elecciones en las que trabaja el personaje encarnado por Cybill Shepherd, con el mundo sórdido que patrulla por las noches el protagonista montado en su taxi. Precisamente es dentro de esa realidad paralela será donde conozca a la otra gran protagonista de la película, Iris, una prostituta de trece años representada por Jodie Foster, a quien una mafia de proxenetas extorsiona a sabiendas de que se encuentra perdida en los suburbios de la ciudad. Será a través de la potencialidad de la mirada ―símbolo metafórico de la representación platónica del alma― desde donde Bickle descubrirá su sino como antihéroe, tal y como lo fuera Dante al mirar a los ojos de Beatriz en el Canto XXX del Purgatorio, momento en el que se insiste en el miedo y la vergüenza del poeta al mirar a los ojos de su amada, pues la pureza de su mirada le recuerdan la baja condición de su estado.
Nada más que vista golpeó
la alta virtud que ya me traspasara
antes de haber dejado de ser niño
me volví hacia la izquierda como corre
confiado el chiquillo hacia su madre
cuando está triste o tiene miedo (…)
Los ojos incliné a la clara fuente;
mas me volví a la yerba al reflejarme,
pues me abatió la cara tal vergüenza.
Tan severa cree el niño que es su madre,
así me pareció; puesto que amargo
siente el sabor de la piedad acerba.
Travis siente esa animadversión hacia todo lo que le rodea y decide actuar. Para ello entiende que necesita prepararse, reactivar su forma física y su espiritualidad, a fin de conseguir un equilibrio interno y externo que le permita defender su vendetta contra los vicios y los males que asolan su ciudad. Es precisamente durante este entrenamiento cuando la identidad antiheroica del protagonista se desarrolla a través de una ruptura de los límites de la moralidad establecida. Primero con la compra de armas en el mercado negro a un tipo que contribuye de forma directa a la consagración del infierno neoyorquino, y, más tarde, con el asesinato a sangre fría de un joven negro que intenta robar en una tienda de ultramarinos en la que De Niro se detiene a comprar. Una vez hecho esto, se consumará un cambio físico y psicológico que le convertirá en un hombre capaz de hacer lo necesario para que triunfe la justicia, al menos desde su punto de vista. Será a partir de este momento cuando su condición de antihéroe se desarrolla en la gran pantalla, demostrando la fina línea que hay entre lo moralmente aceptado y lo que necesita hacer para conseguir su objetivo redentor. De esta forma, Travis Bickle supera los obstáculos que se le plantean, pero lo hace del modo más deshonesto posible, sin mostrar clemencia ni aspirar al sacrificio por los demás, cualidades indivisibles del héroe. Se trata de una extrapolación de la noche oscura en la que el alma toma la iniciativa y hace todos los esfuerzos necesarios y posibles para desembarazarse de todo lo temporal, y no embarazarse de lo espiritual, sin dejar, en este caso al menos, a un lado las imperfecciones y tentaciones. Todo lo contrario, introduciéndose de lleno en ellas, ansía lograr la igualación necesaria para el combate cuerpo a cuerpo con la sórdida realidad que le rodea.
En definitiva, a través de las acciones de Bickle y el juego de miradas con el que Scorsese configura la evolución del personaje, observamos que la revelación del alma ―que se puede atribuir a la potencialidad de los ojos como puertas hacia el yo interior del individuo― puede producirse de igual modo a las puertas del Paraíso que a las del Infierno, lo cual queda demostrado tanto en Taxi Driver como en el poema de Dante Alighieri, dos obras maestras de la creación humana que, cada una en su campo y en su momento histórico, indagaron en los límites de la moralidad y en la propia capacidad que tenemos para enfrentarnos a nuestros demonios, a sabiendas de que no siempre los medios serán los ideales para conseguir el fin que tanto deseamos.
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